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Teresa
tenía una vida relativamente tranquila. Era profesora de Literatura en dos
colegios secundarios de la
Capital, en Buenos Aires.
Ejercía
su profesión con entusiasmo porque amaba la literatura y porque además quería
infundir ese amor a sus alumnos, y aunque rara vez lo lograba le bastaban los
pocos éxitos que tenía para sentirse feliz.
Hacía
veinte y cinco años que estaba casada. Amaba a su marido y se sentía amada por
él. La vida los había bendecido con dos hijos que gozaban de salud y a los que
veía llenos de entusiasmo por vivir.
Pero
toda esa vida se desmoronó cuando su esposo se enfermó de cáncer de pulmón.
Después de poco más de un año de lucha con cirugías y quimioterapia la
enfermedad lo venció pese a que jamás había perdido su espíritu de esperanza y
de fe.
Ella
era una persona muy fuerte y supo enfrentarse a la adversidad con entereza.
Habían
pasado ya ocho años desde entonces.
Su
hija que estaba recién casada cuando su esposo falleció, había tenido dos hijos
que alegraban la soledad de su vida. Su hijo que hacía poco tiempo que se había
casado, estaba a punto de ser papá de un varón.
Durante
todos estos años ella ni siquiera había intentado comenzar una nueva relación
de pareja. Y no era porque le faltasen oportunidades. Es que realmente sentía,
pese a su relativa juventud pues sólo contaba con cuarenta y ocho años cuando
falleció su esposo, que no tenía voluntad para comenzar una nueva relación
amorosa. Tampoco sentía que la necesitaba.
Sus
hijos y sus nietos la hacían vivir realizada y jamás le permitían sentir la
soledad.
Una
amiga y compañera de trabajo le había insistido en varias oportunidades que la
acompañara al bingo.
A
ella no le gustaba ningún tipo de juego de azar. Jamás había comprado un
billete de lotería. Sólo participaba en los que se compraban en cada colegio
para Navidad y Año nuevo, así que estaba segura que ni iba a gustarle pasar una
tarde entera en ese lugar.
Pero
tanta fue la insistencia de su amiga ese día, que por fin terminó yendo.
Le
asombró al llegar al lugar, ver a tanta gente que apasionadamente prestaba una
atención, que le pareció exagerada, de los números que se iban diciendo en voz
alta ante cada bolilla extraída, para fijarse atentamente en sus cartones si lo
tenían para anotarlo.
Se
sentaron en la única mesa en que había un lugar disponible. Tan completo estaba
ese lugar ese día sábado!. Suponía que el mal tiempo con esa llovizna
persistente que no cesaba desde hacía tres días podría ser una de las causas.
Cuando
la señorita amablemente vino a ofrecerle que comprara un cartón estuvo a punto
de decirle que no, pero le dio cierta vergüenza, y lo aceptó.
Como
no estaba acostumbrada a ese tipo de juego muchas veces no había terminado de
revisar una fila de números cuando ya sentían que estaban diciendo otro. No
podía entender como algunas personas seguían a la vez dos o tres cartones
juntos.
Y
aunque dicen que la suerte del principiante se da con mucha frecuencia, no
ganó. Durante dos vueltas mas de ventas de cartones no aceptó comprar, pero le
parecía que la gente la miraba porque no jugaba, por lo que aceptó una segunda
oportunidad.
Al
igual que la primera vez le costó encontrar los números que oía por el
altoparlante. Decidió que esa seria la ultima vez que jugaría. A partir de
ahora no le interesaría en absoluto lo que pudiera pensar de ella esa gente que
no conocía.
Aunque
sin prestar mucha atención, estaba siguiendo el juego de su amiga cuando sintió
que alguien la miraba. Levantó la vista y se encontró con los ojos de Daniel
que la observaba con atención. Al ver que ella lo miraba, él le sonrió.
Parece
que a usted también le parece un juego aburrido- se animó a decirle Daniel
sonriente.
-Aburrido
no, aburridísimo- le respondió con otra sonrisa. –No entiendo como puede haber
tanta gente que se apasiona con esto, como se puede observar en esta sala
repleta, y en la atención que le prestan al juego-.
-A
mi también me llamo muchísimo la atención- le respondió Daniel siempre sonriente.
Para entonces, también él había rechazado comprar cartones y seguir jugando.
Prefería charlar con esa amable señora que le estaba prestando atención a
seguir los números impresos en el cartón.
-Es
la primera vez que vengo a un bingo y lo hice porque mis amigos insistieron en
que debíamos saber de que se trataba- continuo hablándole Daniel- Tampoco ellos
habían venido nunca.
-Que
casualidad!- le contestó asombrada Teresa- Yo también es la primera vez que
vengo y no fue por propia voluntad. Es que mi amiga me había pedido tantas
veces que la acompañara que al fin tuve que aceptar!. A partir de ahora, sabrá
positivamente que no debe volver a hacerlo y estoy segura que no lo hará-
-Vaya
pues si, que es casualidad!- dijo asombrado Daniel – Habiendo tanta gente en el
salón y venir a sentarnos uno al lado del otro!-
-Tiene
razón- dijo también asombrada Teresa- Porque mire, usted que hay gente en este
salón-.
-
Será que el destino quiso que nos conociéramos?- le preguntó con asombro
Daniel.
-No,
no lo creo- le respondió Teresa muy segura de lo que decía- Nunca he creído en
el destino. Ha sido simplemente una casualidad-.
-Yo
en cambio si creo que las cosas se dan siempre por una razón- le dijo Daniel –
Y de verdad no creo que sea casualidad que nos hayamos conocido-.
-Lo
siento- le dijo un poco secamente Teresa- No quiero que me malinterprete porque
no es nada personal con usted. Si bien a lo mejor, se habrá fijado que no llevo
anillo de compromiso, no estoy buscando pareja ni salir con nadie. Y le repito
no es nada personal con usted que me parece una persona muy amable y educada-.
-No
le estaba proponiendo una cita- le contestó con cierta tristeza Daniel – en
realidad creo que ni siquiera sabría como comportarme en una cita. La última
que tuve una fue cuando comencé a salir con la que fue mi esposa. Imagínese el
tiempo que hace, que tengo nietos!-
.Perdóneme-
le dijo Teresa al sentir el tono de tristeza en la voz de Daniel- Creo que he
sido un poco brusca con usted. Es que desde mi esposo murió yo no he sentido la
necesidad de comenzar una nueva relación y tal vez por eso he sido tan cortante
con mi contestación. Le vuelvo a reiterar mi pedido de perdón. Juro que no
quise molestarlo ni ofenderlo-.
-No
lo ha hecho. Quédese tranquila. No me ha ni molestado ni ofendido. Tampoco yo,
desde que murió mi esposa, y de esto hace ocho años, he buscado una cita ni una
nueva relación sentimental-.
-Vaya
que parece que las casualidades siguen haciéndose presente en este día! – dijo
Teresa con asombro- Mi esposo también murió hace ocho años-.
-No
tengo ninguna duda que el destino nos ha juntado en esta mesa- le dijo Daniel
cambiando el tono de su voz- Ahora si que estoy convencido de eso!. Ya son
demasiado las casualidades. Lo único que falta es que ambos hubieran muerto por
lo mismo. Mi esposa murió de cáncer de mama.
-No!,
ya esto si que es el colmo- dijo Teresa con aire de estupefacción- Mi esposo
murió de cáncer de pulmón. Si, no puedo negar que es verdad que son demasiadas
coincidencias- le respondió Teresa con una sonrisa- Pero insisto en que no
tengo interés en salir con nadie. Ya ni siquiera me acuerdo del significado de
la palabra libido- dijo Teresa sintiendo que el rubor le subía a sus mejillas.
Había
pronunciado la palabra “libido” con total naturalidad ante un desconocido y no
podía creer que lo hubiera hecho. Ella, que jamás había hablado de sexo con
nadie. Cómo se había animado a decirla y así, tan naturalmente. Sintió un sabor
extraño en la boca y la sensación que se le secaba la lengua. El rubor en sus
mejillas era cada vez mas intenso.
-No
propongamos ninguna relación sentimental. Solo le propongo que alguna vez nos
encontremos en un bar y compartamos un café y una charla, o vayamos junto al
cine o a cenar. Pero sólo como amigos. Sin ninguna otra idea ni intención. Creo
de verdad que el destino ha hecho que nos conociéramos y no debemos darle la
espalda-.le dijo Daniel sonriente.
-De
acuerdo- le dijo Teresa devolviéndole la sonrisa- Pero que quede bien claro que
solamente en eso consistirá nuestra relación.
Las
palabras de Daniel le habían hecho olvidar la vergüenza que sintió por haber
pronunciado esa palabra, y también le empezaba a parecer a ella que era
bastante extraño el tema de las coincidencias, pese a estar convencida que el
destino no existía y que, eran las personas las que hacían que las cosas
sucedieran o no.
Se
citaron para tomar café en un bar. Estuvieron charlando animadamente durante
tres horas y luego decidieron salir a caminar por la Avenida Santa Fe
para terminar yendo a cenar juntos.
Desde
ese día todos los fines de semana se encontraban para compartir una salida y la
cena.
No
pasó mucho tiempo hasta que ambos sintieron que empezaba a nacer un sentimiento
muy fuerte entre ellos y, pese a que ninguno de los dos lo tenía planeado
comenzaron a tener relaciones sexuales. Teresa volvió a recordar el significado
de la palabra libido y ya no le daba vergüenza pronunciarla.